Por Melina Blanco
Desde fines del siglo XX, la cosmología ha convivido con un gran misterio: la energía oscura, ese “algo” que hace que el Universo se expanda cada vez más rápido. Hasta ahora, la explicación más aceptada era que esta energía era constante, una idea conocida como la constante cosmológica (Λ), propuesta por Albert Einstein. Pero eso podría estar cambiando.
Hace un año, el equipo internacional del Dark Energy Spectroscopic Instrument (DESI) anunció algo sorprendente: encontraron señales de que la energía oscura no es constante, sino que está cambiando con el tiempo, disminuyendo a medida que el Universo se expande. La probabilidad de que ese resultado fuera una casualidad era bajísima, del 0,01%. Eso encendió las alarmas —y las expectativas— en toda la comunidad científica.
Este marzo, esa pista se volvió aún más fuerte. La segunda publicación de datos de DESI, con tres años de observaciones y una muestra enorme de galaxias y cuásares (más de 14 millones), elevó la confianza en ese cambio temporal al 99,995%. En ciencia, un resultado es considerado definitivo recién cuando alcanza el 99,9999%. Pero este avance es importante: indica que la energía oscura podría comportarse de manera diferente a lo que pensábamos, y que el modelo actual del Universo (ΛCDM) podría necesitar una actualización.

Además de DESI, otros proyectos importantes como el Dark Energy Survey (DES) y el Atacama Cosmology Telescope (ACT) publicaron resultados similares esa misma semana. DES también encontró señales de que la energía oscura cambia, aunque con un poco menos de fuerza estadística. ACT, por su parte, solo vio un “indicio” de cambio, pero en conjunto, las mediciones parecen ir en la misma dirección.
¿Qué están midiendo exactamente? Una de las claves es una especie de “eco” del Universo primitivo, llamado oscilaciones acústicas bariónicas (BAO), que actúa como una regla para ver cómo cambió el espacio a lo largo del tiempo. Al compararlo con otros datos, como los del fondo cósmico de microondas (la “luz fósil” del Big Bang) y las supernovas que se usan como referencias de distancia, todo parece indicar que la energía oscura varía. Incluso hay pistas de que en el pasado aumentó su intensidad, algo que sería muy difícil de explicar con los modelos actuales.
Este cambio de perspectiva todavía no es un descubrimiento confirmado, pero no parece una casualidad. Se han usado diferentes métodos, instrumentos y análisis para verificar que no se trate de un error. Y lo más importante: distintos equipos, desde distintas partes del mundo, están viendo señales similares.
Por si fuera poco, el telescopio Euclid, lanzado recientemente por la Agencia Espacial Europea, también aportó sus primeros datos —¡con solo una semana de observaciones!— y ya duplicó el número de lentes gravitacionales fuertes conocidos. Y eso es solo el 0,4% de lo que observará en los próximos cinco años. A esto se suman los futuros datos del Observatorio Vera C. Rubin, que empezó a operar hace tan solo unos días, y el Telescopio Espacial Nancy Grace Roman, que despegará en 2027.
Algo parece estar pasando con la energía oscura. Tal vez no sea una constante, como pensábamos. Tal vez sea algo más complejo, cambiante y sorprendente. Aún no sabemos qué es realmente, pero gracias a estos grandes proyectos colaborativos, estamos cada vez más cerca de averiguarlo. Y eso, en ciencia, es una buena noticia.
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