Estamos frente a lo que podría considerarse el inicio de una “guerra espacial”. Las maniobras y ataques en la órbita terrestre ya no son un ejercicio hipotético. Varios países están desarrollando y desplegando tecnologías antisatélite (ASAT) como parte integral de sus estrategias militares.
La órbita terrestre media y baja se transforman en un escenario donde las capacidades de derribar o interferir satélites adquieren protagonismo. Estados Unidos, China, Rusia e India, cada uno con programas espaciales avanzados, han declarado que contar con armamento espacial ya no es opcional. Por ejemplo, altos mandos de la United States Space Force (USSF) han afirmado que deben aprovechar innovaciones tecnológicas emergentes para superar a sus competidores.
Entonces, ¿qué está en juego en el espacio? ¿Qué puede hacerse arriba y por qué importa? Estas preguntas surgen a medida que las naciones invierten en capacidades para perturbar, interrumpir o eliminar satélites.
Maniobras orbitales y “muerte suave”
El experto en astropolítica Bleddyn Bowen señala que Rusia y China ya demuestran maniobras orbitales sofisticadas, capaces de acercarse mucho a otros satélites, lo que sugiere que podrían estar desarrollando plataformas coorbitales ASAT. Bowen agrega que la destrucción de satélites por impacto cinético es solo una parte del espectro; existen también métodos de “destrucción suave” que incluyen guerra electrónica, ataques cibernéticos, saboteo de estaciones terrestres y otras operaciones que no implican eliminar físicamente el objeto en órbita.
Estas capacidades antisatélite ya están viendo uso en conflictos actuales, aunque de forma indirecta. Bowen destaca que en la guerra de Ucrania proveedores de satélites comerciales, como el sistema Starlink de SpaceX, han sufrido interferencias y ataques cibernéticos. Al mismo tiempo, el bloqueo o perturbación del GPS —principalmente por Rusia— apunta a que los ataques a satélites se están integrando en la planificación militar. Aunque, como advierte Bowen, hay problemas más urgentes en la Tierra —como las tendencias autoritarias, el colapso ecológico o el cambio climático—, el espacio refleja ese conflicto.
Armas indiscriminadas y legado de la Guerra Fría
Según Bruce McClintock, de la RAND Corporation, el pasado nos da pistas de lo que vendrá. Durante la era de la Guerra Fría, la URSS y EE.UU. realizaron múltiples pruebas con armas ASAT, incluso detonaciones nucleares en órbita. Aunque se firmaron acuerdos para detenerlas, ahora se informa que Rusia revisita esos conceptos y desarrolla nuevos sistemas ASAT —algo que McClintock considera “sumamente preocupante”. Estas armas pueden afectar indiscriminadamente equipos de satélite, con consecuencias globales a corto y largo plazo.
En este juego, las potencias lo juegan de forma diferente. Rusia depende relativamente poco del espacio, mientras que EE.UU. lo hace profundamente —en su economía, defensa y logística—. China, por su parte, incrementa aceleradamente su dependencia, como lo demuestra su ritmo habitual de lanzamientos.
McClintock plantea que Rusia podría buscar algo así como una “espada de Damocles” que, sin usarla necesariamente, funcione como amenaza sobre EE.UU. y el resto del mundo. Además, muchas tecnologías presentadas como limpieza de escombros espaciales pueden ser reinterpretadas como armas antisatélite.
Uno de los proyectos más llamativos es Golden Dome, impulsado por EE.UU. para construir una defensa antimisiles en capas que incluiría elementos en el espacio. Este plan recuerda a la Strategic Defense Initiative de los años 80. Según Bowen, aunque el escudo antimisiles nucleares es inviable, un sistema interceptador espacial o antisatélite sí tiene potencial técnico. Esto no implica que sea la mejor opción política, pero está al alcance tecnológico.
Transparencia y futuro de la disputabilidad espacial
El informe anual Secure World Foundation “Capacidades Globales Contraespaciales 2025” señala que 12 países desarrollan activamente capacidades contraespaciales en cinco categorías: armas de ascenso directo, coorbitales, guerra electrónica, energía dirigida y ciberataques. Aunque muchas de estas tecnologías aún no se emplean de modo destructivo en conflictos abiertos, los avances son claros.
McClintock y otros analistas coinciden en la necesidad de mayor transparencia. En teoría es difícil ocultar maniobras en órbita, lo que podría facilitar acuerdos de confianza.
Para Victoria Samson, también de la Secure World Foundation, las capacidades antisatélite no son simplemente una “manta de seguridad” para los países con programas espaciales, sino una forma de garantizar el acceso y uso del espacio y evitar quedar rezagado frente a rivales.
El informe observa que la línea entre satélites utilizados para monitoreo (SSA) y satélites capaces de encuentro y proximidad (RPO) se está difuminando, lo que puede —ironía mediante— tanto estabilizar como desestabilizar la estrategia global. En su opinión, los interceptores espaciales podrían desempeñar un rol futuro como ASAT, aunque su desarrollo es extremadamente complejo.
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