Por Melina Blanco
Durante décadas, los astrónomos han sostenido una predicción casi poética: nuestra galaxia, la Vía Láctea, colisionará con la vecina Andrómeda en unos 5.000 millones de años. Esta titánica fusión daría lugar a una nueva galaxia elíptica, sellando el destino del Grupo Local tal como lo conocemos. Sin embargo, nuevos estudios basados en las observaciones más precisas hasta la fecha desafían esta visión.
Nuevos aportes
Gracias a los datos de los telescopios espaciales Gaia y Hubble, sumados a recientes estimaciones de masa y simulaciones avanzadas, los investigadores están replanteando el futuro de nuestro rincón cósmico. Y lo que están descubriendo es sorprendente: el destino de la Vía Láctea podría no ser una fusión inevitable.
¿La razón? Otras galaxias del Grupo Local están jugando un rol mucho más decisivo de lo que se creía. M33 (la galaxia del Triángulo) y, en particular, la Gran Nube de Magallanes, resultan ser piezas clave.
La órbita de la Gran Nube de Magallanes, que se desplaza perpendicularmente a la trayectoria de Andrómeda, introduce una perturbación gravitacional capaz de alterar drásticamente la dinámica de todo el sistema.
Las simulaciones muestran que, al incluir la influencia de estas galaxias, el resultado puede ser radicalmente diferente. En lugar de una colisión segura, hay cerca de un 50 % de probabilidad de que la Vía Láctea y Andrómeda nunca lleguen a fusionarse, al menos en los próximos 10.000 millones de años. Un desenlace completamente inesperado.
Esta incertidumbre no solo reescribe lo que esperabamos de nuestra galaxia, sino que abre nuevas preguntas sobre la evolución de los cúmulos galácticos, las interacciones gravitatorias complejas y el rol de las pequeñas galaxias satélites en la gran arquitectura del Universo. Nos queda esta pregunta entonces, ¿qué pasará con Andrómeda y la Vía Láctea?
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