Por Melina Blanco

Por primera vez en la historia, los astrónomos han captado el momento exacto en que comienzan a formarse los primeros minerales que darán vida a planetas como la Tierra. Y no lo vieron en cualquier parte: esto ocurrió en una joven estrella en la constelación de Orión, una región famosa por su actividad de formación estelar.

¿La estrella protagonista? HOPS 315, ubicada a unos 1.300 años luz de la Tierra. Es una estrella muy joven, apenas comenzando su vida, rodeada de un disco denso de gas y polvo. Es la cuna donde podrían nacer futuros planetas.

¿Qué encontraron exactamente?

Lo que encontraron no es cualquier cosa: es silicio, pero no como lo vemos acá en la Tierra. Lo detectaron en dos formas distintas, justo en el lugar donde nace un planeta, como gas caliente de monóxido de silicio (SiO), flotando en el disco de polvo, y como cristales sólidos, los mismos minerales que, millones de años después, darán origen a las rocas que forman montañas, suelos y tal vez continentes.

Detectar ambas formas (gas y sólido) sugiere que estamos observando un proceso intermedio en la evolución del disco. El silicio caliente en estado gaseoso está comenzando a enfriarse y cristalizarse, dando lugar a minerales sólidos. Es el primer paso hacia la formación de planetesimales, esas diminutas semillas de las que, con el tiempo, pueden surgir planetas enteros.

¿Y por qué esto importa?

Porque el silicio es el esqueleto de los mundos rocosos. Está en las piedras que pisamos, en la arena de los desiertos, en los acantilados, en los volcanes. Es parte de la Tierra, de Marte, de Venus… y ahora, también, de este planeta recién nacido a 1.300 años luz.

Por primera vez, vemos el polvo empezar a convertirse en planeta. “Sabíamos que los planetas empezaban así, pero nunca lo habíamos visto directamente. Es como observar el primer paso de un mundo”, explicó Melissa McClure, astrónoma de la Universidad de Leiden y autora principal del estudio.

¿Cómo lo vieron?

El descubrimiento fue posible gracias al telescopio espacial James Webb (JWST), que usó su visión infrarroja para mirar profundamente dentro del disco de HOPS 315. A diferencia de la luz visible, el infrarrojo puede atravesar el polvo que envuelve a estas estrellas jóvenes, revelando procesos invisibles hasta ahora.

Pero para saber con precisión desde qué parte del disco provenían estas señales, el equipo complementó las observaciones con el radiotelescopio ALMA, en el desierto de Atacama.

Gracias a esa combinación, determinaron que el SiO y los silicatos cristalinos se están formando a menos de 2,2 unidades astronómicas de la estrella (es decir, en una zona similar a la del cinturón de asteroides entre Marte y Júpiter en nuestro sistema solar).

“Es como ver una versión temprana de nuestro sistema solar”, señaló Merel van ’t Hoff, investigadora de la Universidad de Purdue y coautora del estudio.

¿Y por qué en Orión?

La estrella HOPS 315 se encuentra en la dirección de la constelación de Orión, una zona del cielo rica en nebulosas: enormes nubes de gas y polvo donde nacen nuevas estrellas. Específicamente, forma parte de la nube molecular conocida como Orión B, uno de los viveros estelares más activos de nuestra galaxia.

No es casualidad que allí encontremos fenómenos tan intensos como este. Orión ha sido, por siglos, un faro de actividad cósmica. Y ahora, gracias a nuevas tecnologías, estamos viendo el surgimiento literal de nuevos mundos en tiempo real.

¿Qué significa esto para nosotros?

Por primera vez, logramos observar directamente los ingredientes básicos de un planeta rocoso en plena formación. No en modelos, ni en restos del pasado, sino en tiempo real. Este hallazgo abre una ventana inédita a los orígenes de mundos como el nuestro.

Además, los minerales detectados son similares a los que encontramos en los meteoritos más antiguos del sistema solar, lo que sugiere que el nacimiento de planetas como la Tierra sigue un patrón común en el universo. En HOPS-315, un planeta está empezando a formarse. Y por primera vez, estamos ahí para presenciarlo.

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