¿Es un pájaro? ¿Es un avión? ¡No, es un cohete argentino que volvió a surcar los cielos! El 22 de mayo, la Fuerza Aérea Argentina lanzó con éxito el MET 1-SO, un vehículo suborbital construido con tecnología nacional.

¿Dónde? En Mar Chiquita, provincia de Buenos Aires. ¿Y cuántas veces vimos algo así? No muchas. Y casi nunca de forma tan abierta, institucional y visible.

Aunque desde la década del ’50 el desarrollo espacial en Argentina nunca se detuvo del todo, este vuelo puso sobre la mesa algo distinto: el regreso de los cohetes como herramienta activa de ensayo, validación y presencia.

No fue un acto simbólico ni una prueba menor. Fue un vuelo con objetivos claros, datos medidos y un mensaje contundente: podemos bajar el ritmo, repensar o reconfigurar, pero seguimos lanzando.

La prueba fue todo un éxito. El cohete alcanzó más de 20 kilómetros de altura y transmitió telemetría en tiempo real, confirmando que la Argentina aún puede –y quiere– mirar al cielo con sus propios medios.

MET 1-SO Fuerza Aérea Argentina
El 22 de mayo, la Fuerza Aérea Argentina lanzó con éxito el MET 1-SO desde el Centro de Experimentación y Lanzamiento de Proyectiles Autopropulsados CELPA II Atlántico, en Mar Chiquita.

Lanzamientos con sello nacional

Argentina no acaba de descubrir la pólvora, ni el espacio. Los desarrollos de los cohetes sonda comenzaron en los años ’60, cuando la entonces Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales (CNIE) –antecesora de la actual CONAE– desarrolló lanzadores como el Canopus, Rigel, Castor, Tauro y Orión.

No eran ensayos menores. El Canopus II, lanzado en 1965 desde la base de Chamical, La Rioja, superó los 100 km de altitud, y posicionó a la Argentina entre los primeros países del mundo en alcanzar el espacio. En total, se realizaron más de 200 lanzamientos en esa década. Todo esto sin CGI, sin redes, sin trending topics. Pero ahí estaban, los fierros volaban.

En los ’80, llegó el proyecto Cóndor, un vector balístico de uso dual, con participación de organismos militares y tecnológicos. Aunque fue cancelado en los ’90 por presiones internacionales, dejó capacidad instalada, personal formado y lecciones técnicas que no se perdieron del todo.

Años después, esa experiencia mutó en otro tipo de apuesta, la cohetería civil. CONAE impulsó el desarrollo del Tronador I, un vehículo de prueba que voló por primera vez en 2007. A partir de ahí, vinieron los vectores experimentales VEx, claves para testear tecnologías de propulsión, navegación y control. Todo apuntaba al Tronador II, un lanzador orbital de dos etapas, aún en construcción, que busca colocar satélites en órbita desde suelo argentino.

El MET 1-SO, impulsado por la Fuerza Aérea y el Instituto de Investigaciones Científicas y Técnicas para la Defensa (CITEDEF), avanza por un camino distinto. Liviano, suborbital, menos ambicioso en alcance, pero clave en algo igual de estratégico: probar tecnología nacional en vuelo sin depender de nadie. En un país donde “hacer con lo que hay” es una disciplina de supervivencia, eso también cuenta.

Tronador
Tronador II, en desarrollo por VENG S.A.

Tecnología en vuelo: más que un experimento

Entonces, ¿cuál es el chiste estratégico de lanzar un cohete “solo para probar tecnología”? Pensalo así: mirá a Elon Musk con el Starship. Desde afuera, cualquiera podría decir “este loco está quemando millones de dólares y muchos años en un cohete que se revienta cada vez que despega”, y en parte no estarían equivocados.

Pero el desarrollo espacial funciona así, a base de prueba, error y persistencia. Se lanza, se falla, se aprende. Se vuelve a lanzar. No importa si estás en Texas, en Guayana o en Mar Chiquita, si querés llegar al espacio, primero tenés que convivir con lo que sale mal. La diferencia es que algunos países tienen 200 oportunidades para hacerlo, y otros, con suerte, un par.

Por eso el MET 1-SO es tan importante. El valor está ahí: en que un país pueda hacer despegar sus propios prototipos y ver qué pasa en el aire. Ensayar, fallar, ajustar, volver a lanzar. Porque la innovación también necesita aire. Literal.

En tiempos donde muchas veces se terceriza hasta el error, tener control sobre tu propia curva de aprendizaje es, también, una forma de soberanía.

Mirar al cielo, con los pies en el taller

¿Qué nos depara el futuro? En Guardianes de la Galaxia, Peter Quill anuncia “Tengo parte de un plan… el 12% de un plan” Bueno, por ahí va la cosa. Lo que viene no está definido, pero el plan existe.

La Dirección General de Investigación y Desarrollo de la Fuerza Aérea y CITEDEF proyectan una familia de vectores similares al MET 1-SO, con variantes para distintas cargas, alcances y misiones. La idea es construir un sistema, algo que funcione en cadena, para poder seguir aprendiendo y lanzando.

Si alcanzamos buen ritmo, podrían ensayarse desarrollos más complejos. Cargas científicas, componentes de satélites, sistemas de guiado autónomo. Incluso abrir convocatorias para instituciones civiles. ¿Te imaginás un sensor desarrollado por estudiantes de ingeniería siendo probado en un vuelo real? Bueno, es más posible que nunca.

Otros países de la región ya están en eso. Brasil, con su serie VS-30; Colombia, con el Libertad I; México, con sus cohetes sonda y nanosatélites. Todos distintos, todos con agendas propias. Pero todos entendieron que para jugar en el espacio no alcanza con firmar acuerdos, sino que hay que construir, medir y lanzar.

MET 1-SO Fuerza Aérea Argentina
Cohete sonda MET 1-SO de la Fuerza Aérea Argentina.

El valor de tener un punto de partida

El MET 1-SO no abrió una era, pero dejó una puerta entreabierta. No tiene marketing, no tiene nombre de dios mitológico, no va a Marte. Pero despega. Y cuando algo despega, lo que importa no es la altura, sino que haya otro listo para seguir.

Detrás de MET 1-SO hay diseño estructural criollo, propulsión a combustible sólido, sistemas de adquisición de datos, control de actitud, y una cápsula que puede recuperar cargas útiles. Todo hecho en casa. ¿Es perfecto? No. ¿Es caro? Relativamente. ¿Es relevante? Muchísimo.

En un país donde la mayoría de los satélites parten desde plataformas ajenas, tener un vector nacional es como tener tu propio sendero al cielo. No es una lujosa autopista, pero sabes dónde empieza. Y eso, para un proyecto espacial, ya es un montón.

Ahora toca sostener. Con trabajo de banco, soldadura fina, y ese detalle no menor: para seguir lanzando, primero hay que seguir fabricando.

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Hasta entonces, nos reencontramos en 15 días para seguir volando juntos.

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