En diciembre de 1969, mientras el mundo todavía estaba deslumbrado por la huella humana en la Luna, Argentina quiso tener su propia proeza, y decidió mandar vida al borde del espacio. Lo interesante de la hazaña, sin embargo, es que el protagonista no fue un astronauta con años de entrenamiento, sino Juan, un pequeño mono caí de Misiones.

Juan no fue el primer animal en subirse a un cohete, pero sí el que llego más alto. En 1967 se lanzó al ratón Belisario a bordo del cohete Yarará, que alcanzó la atmósfera baja, a unos 2.300 m de altitud. Dos años después, a mediados de 1969, se lanzó la rata Dalila, que ascendió hacia la estratósfera, a unos 20 km de altitud. Juan, en cambio, alcanzó unos 82 km de altitud, por encima del umbral de 80 km usado en Estados Unidos para reconocer astronautas.
Todos estos ensayos formaban parte del Proyecto BIO de la Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales (CNIE), predecesora de la actual Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE). Se trataba de un programa de cápsulas recuperables e instrumentadas para estudiar cómo respondía un organismo vivo a las condiciones de los vuelos suborbitales de gran altitud.
La CNIE y la Operación Navidad
La creación de la CNIE en 1960 marcó el inicio formal de la política espacial argentina. En términos de capacidades de lanzamiento, ya en 1961 el prototipo de cohete Alfa Centauro alcanzó unos 2.000 metros de altura en Córdoba. Con el paso de la década se construyeron familias completas de cohetes locales, como los Orión, Canopus, Rigel y Castor, para experimentos suborbitales desde la base de la Fuerza Aérea Chamical, La Rioja. En efecto, entre 1969 y 1974 Argentina realizó múltiples lanzamientos suborbitales desde Chamical, convirtiendo a este centro en uno de los más avanzados de la época de América Latina.
En este marco nació el viaje de Juan, bajo el nombre de Operación Navidad. La Gendarmería Nacional capturó en Misiones a un mono caí dócil de 1,4 kg y unos 30 cm de alto. Lo bautizaron Juan y lo trasladaron a Córdoba para los preparativos del Proyecto BIO.
La misión consistía en monitorizar sus signos vitales durante un vuelo suborbital y traerlo de regreso con vida. Para ello lo equiparon con sensores conectados a un sistema de telemetría hacia el laboratorio central de la CNIE. Juan viajó sedado pero consciente, con el cuerpo cubierto por un chaleco impermeable. Además, estaba sujeto a un asiento especial que amortiguaba la aceleración, en posición reclinada para protegerlo de los efectos gravitatorios.
El asiento del mono estaba dentro de la cápsula presurizada Amanecer, ubicada en la punta del cohete Canopus II, con una reserva de oxígeno de unos 15-20 minutos. El lanzador se desarrolló íntegramente en Argentina, medía 4 metros de largo y podía llevar hasta 50 kg en la punta.

El primer argentino en pisar la línea del espacio
El 23 de diciembre de 1969, a las 6:30 de la mañana, Juan fue introducido en la cápsula y el cohete despegó desde las dunas de Chamical.
En los primeros 5 minutos la nave superó los 70 km de altitud. Allí, el motor se apagó y se separó de la ojiva, que continuó ascendiendo por inercia hasta los 82 km, el punto máximo del vuelo. Entonces, la cápsula inició su descenso utilizando aerofrenado y, finalmente, el despliegue de un paracaídas. Durante el vuelo Juan respiró el aire del tanque y no sufrió variaciones en sus signos vitales.
La cápsula aterrizó en la salina La Antigua, a 60 km al suroeste de Chamical. En poco tiempo los rescatistas la localizaron y la trasladaron en helicóptero a la base. Al abrir la escotilla, los científicos encontraron a Juan con la mirada alerta, moviendo las manos lentamente: el pequeño mono estaba vivo luego del viaje espacial. El equipo, aliviado, lo sacó del asiento y celebró: “¡Vivo, está vivo!”.
Todo salió según lo planeado. Juan aguantó una aceleración de unos 20 G en el lanzamiento y sobrellevó sin daños los abruptos cambios ambientales.

El regreso y legado de Juan
La misión duró en total 15 minutos, tiempo suficiente para convertir a la Argentina en el quinto país en enviar un ser vivo al espacio, detrás de la URSS, China, Estados Unidos y Francia.
A su regreso, Juan no fue devuelto a la selva. Vivió los siguientes dos años en cautiverio en el zoológico de la ciudad de Córdoba, donde fue una de las principales atracciones. Murió en 1971 por causas naturales.
Con el paso del tiempo la hazaña de Juan cayó en el olvido popular, pero persistió en registros científicos y museos. Hoy sus restos se exhiben junto a los de Belisario en el Museo Universitario de Tecnología Aeroespacial de Córdoba. Décadas después, el ingeniero Hugo Crespín, director científico del proyecto, rememoró la misión, y en 2020 el cine nacional estrenó Juan, el primer astronauta argentino, un documental que recuperó la proeza.
La historia de Juan simboliza un capítulo de la carrera espacial argentina. El Proyecto BIO fue uno de los puntos culminantes de los años dorados de la CNIE. Esa agencia espacial, creada en 1960, lideró experimentos aeroespaciales hasta ser reorganizada en 1991 como la CONAE. En las décadas siguientes Argentina lograría otros hitos, aunque sin volver a enviar seres vivos al espacio.
Hoy en día, el vuelo del mono Juan sigue siendo un testimonio de ingenio nacional y de la ambición de mirar hacia el cielo con recursos propios.
Nota del Redactor: Algunas fuentes difieren sobre el apogeo del vuelo —se lo ubica entre 60 y 82 km—, pero coinciden en la secuencia principal de la misión.
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