Milei detiene el proyecto del radiotelescopio chino en San Juan: Argentina pierde una gran oportunidad científica

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Radiotelescopio chino

El gobierno de Javier Milei decidió no renovar el convenio que permitía la instalación del Radiotelescopio Argentino-Chino (CART) en el paraje El Leoncito, provincia de San Juan. Se trataba de una antena de 40 metros de diámetro, destinada a observaciones astronómicas y espaciales de largo alcance, fruto de más de tres décadas de cooperación entre la Universidad Nacional de San Juan (UNSJ), el CONICET y la Academia China de Ciencias (CAS).

El Ejecutivo justificó la cancelación alegando posibles usos duales de la antena —científicos y militares— y supuestos riesgos para la soberanía nacional. Sin embargo, el argumento resulta poco convincente si se analizan los antecedentes técnicos y los objetivos del proyecto, orientados a la radioastronomía y la observación del espacio profundo.

La antena de observación china que iba a instalarse en El Leoncito, San Juan.
La antena de observación china que iba a instalarse en El Leoncito, San Juan.

El CART era una oportunidad estratégica para insertar a la Argentina en el mapa de la investigación astronómica internacional. El sitio elegido —en el entorno del complejo astronómico de El Leoncito, con condiciones atmosféricas excepcionales— habría permitido instalar una de las antenas más avanzadas del hemisferio sur.

La Universidad Nacional de San Juan calificó la decisión de “una noticia muy triste para toda la ciencia del mundo”.

El proyecto, estimado en US$ 350 millones, incluía infraestructura civil, instrumentación, operación conjunta y formación de investigadores locales. Además, fortalecía la cooperación científico-técnica entre Argentina y China, un vínculo iniciado en los años 80 y consolidado durante la última década con misiones y proyectos compartidos.

El mito del “uso dual”

El argumento del uso dual, la posibilidad de que un proyecto sirva también para fines militares, se repite frecuentemente cuando se trata de iniciativas chinas. Sin embargo, en el caso del CART, ese señalamiento carece de sustento técnico.

Un radiotelescopio de estas dimensiones no tiene capacidad de vigilancia militar. Su función es captar señales de radio de fuentes astronómicas distantes, no emitir ni rastrear objetivos terrestres. Tampoco puede operar como radar activo, ya que carece de los sistemas de transmisión necesarios para ello.

El razonamiento detrás de las advertencias sobre “seguridad hemisférica”, promovidas por Estados Unidos, se apoya más en la rivalidad geopolítica con China que en un análisis científico real. La Estación de Espacio Lejano china ya operativa en Neuquén, dedicada a misiones de exploración lunar y marciana, es un ejemplo. Desde su inauguración en 2018 no se ha demostrado ningún uso militar ni violación de acuerdos internacionales.

Y no es un caso aislado. La Agencia Espacial Europea (ESA) también posee una estación de espacio profundo en Malargüe, Mendoza, con características técnicas similares y operada por personal extranjero, pero nunca fue objeto de cuestionamientos ni sospechas de uso dual. La diferencia, entonces, no parece radicar en la naturaleza de las instalaciones, sino en el origen de la bandera que ondea sobre ellas.

De hecho, los convenios preveían participación argentina, inspecciones conjuntas y acceso a los datos para la comunidad científica nacional. Si el objetivo era reforzar la transparencia, el gobierno podría haber renegociado los términos en lugar de cancelar el proyecto.

La Estación de Espacio Lejano pertenece a la Administración Espacial Nacional China y forma parte de la Red de Espacio Profundo de China. Opera en Neuquén desde su fundación en 2018.

Soberanía tecnológica: un concepto mal entendido

La decisión de frenar el radiotelescopio se presentó como una defensa de la soberanía nacional. Pero en un mundo donde el conocimiento científico es una herramienta de poder, cerrar la puerta a la cooperación tecnológica puede significar, precisamente, ceder soberanía.

El verdadero desafío para la Argentina no era evitar la presencia de infraestructura extranjera, sino asegurar una participación equitativa, con mayor tiempo de uso, transferencia tecnológica, desarrollo de capacidades locales y control conjunto de la operación.

Renunciar a un proyecto de este tipo no fortalece la independencia del país, sino que lo margina de los grandes programas internacionales de exploración y observación del espacio, donde la colaboración es la norma.

Entre la ciencia y la geopolítica

El contexto internacional también explica la decisión. La estrecha alineación del gobierno oficialista con Estados Unidos y su discurso de distanciamiento respecto de China influyeron directamente en la cancelación. Washington lleva años advirtiendo sobre la “expansión tecnológica” de Beijing en América Latina, y cada proyecto científico o de infraestructura vinculado al gigante asiático es leído como una amenaza estratégica, cuando en realidad es una oportunidad de cooperación.

Los envíos de materiales desde China fueron detenidos en la Aduana, y el convenio con la UNSJ y el CONICET expiró sin renovación. Así se desactivó una iniciativa que había avanzado durante años, incluso con la visita de delegaciones científicas chinas en junio pasado, cuando el proyecto ya estaba prácticamente paralizado.

La medida envía una señal clara a la comunidad internacional: Argentina privilegia los alineamientos políticos sobre la continuidad de sus proyectos científicos. Y esa señal no solo afecta la cooperación con China, sino también la confianza de otros socios potenciales en materia tecnológica.

Un país que mira el cielo… desde el costado

En tiempos en que el conocimiento astronómico y la observación espacial se transforman en motores de innovación —con aplicaciones en comunicaciones, geolocalización, defensa planetaria y cambio climático—, la Argentina eligió bajarse de un proyecto que la hubiera colocado en el mapa global de la radioastronomía. La antena de El Leoncito no era una amenaza militar, era una oportunidad científica. La decisión de frenarla, en cambio, sí puede tener consecuencias estratégicas reales. Porque cada vez que un país renuncia a producir conocimiento, termina dependiendo del de otros.

Evidentemente, el gobierno argentino está más concentrado en alinear su política exterior y tecnológica con los lineamientos de Estados Unidos, que impulsa una narrativa de desconfianza hacia todo proyecto científico vinculado a China. El costo de seguir esa agenda es alto. Se pierden inversiones, se interrumpen vínculos consolidados y se debilita la presencia argentina en los foros internacionales de investigación. En nombre de una prudencia geopolítica que no nos pertenece, terminamos cediendo autonomía científica y capacidad de decisión.

Porque mientras algunos países miran al cielo buscando comprender el universo, otros parecen conformarse con mirar cómo lo hacen los demás. Y ese es, quizá, el precio de confundir soberanía con obediencia.

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