En septiembre y octubre de 2025 se acumularon episodios que encendieron las alarmas europeas y subrayaron la urgencia de una muralla antidrones, cuando un paquete de entre 19 y 23 drones rusos cruzó el espacio aéreo polaco durante un ataque masivo contra Ucrania. Varsovia invocó el Artículo 4 del Tratado del Atlántico Norte —que habilita a los países miembros de la OTAN a reunirse de urgencia cuando alguno considera que su seguridad está amenazada—, luego de confirmar hasta cuatro derribos. El episodio obligó a cerrar aeropuertos y a activar patrullas aliadas.
Una semana más tarde, nuevas violaciones del espacio aéreo en el Báltico, Dinamarca y Alemania confirmaron que Europa ya enfrenta un nuevo frente aéreo: el llamado LSS (low, slow, small), basado en drones pequeños, lentos y de bajo costo, pero con un enorme potencial para saturar radares, distraer defensas y generar caos operativo.
El diagnóstico fue compartido: Europa debe detectar, identificar e interceptar drones de forma rápida y coordinada. En Bruselas y en Riga se debatieron dos caminos, aumentar los derribos inmediatos o priorizar primero el despliegue tecnológico de radares, inhibidores y redes de mando.
“¡Derriben los drones rusos, punto!” se pronunció el general mayor Peter Harling Boysen, jefe del ejército danés. Algunos países piden acción rápida; otros prefieren reforzar la infraestructura antes de escalar.

Drones pequeños, problema grande
Los modelos exactos de las incursiones no fueron revelados. Por su tamaño, silueta y propósito —reconocimiento y guerra electrónica— se los asocia a la familia Orlan, drones de ala fija con 3 m de envergadura, 2 m de largo y 16 kg de peso, capaces de volar 16 horas a 5.000 metros de altura. Son lo bastante baratos para lanzarse en masa y lo bastante molestos como para agotar recursos defensivos si se los intenta abatir con misiles.
En general, el perfil de vuelo de estos drones determina su propósito: si vuela bajo y lento, suele indicar una misión de inteligencia o interferencia electrónica, no de ataque. Ese perfil determina qué tipo de sensor debe detectarlo, y permite elegir qué arma se emplea para neutralizarlo —por ejemplo, interferencia dirigida en lugar de interceptación cinética.

Cómo se detecta lo que casi no hace ruido
La defensa antidrones europea, conocida como C-UAS (Counter-Unmanned Aerial Systems), evoluciona hacia redes multisensor que combinan distintas tecnologías de detección y respuesta.
Para la detección se utilizan radares 3D de baja potencia, cámaras electro-ópticas y térmicas, y receptores de radiofrecuencia. Los radares, como el HENSOLDT Spexer 2000, detectan vehículos que vuelan a baja altitud y velocidad —el perfil de vuelo de los drones. Las cámaras complementan la detección con imágenes visuales y firmas de calor. Finalmente, los receptores rastrean las señales de control y transmisión de datos, permitiendo identificar el canal que el operador remoto utiliza para manejar el aparato y ubicar su posición. Toda esa información converge en sistemas de fusión de datos como el ELYSION Mission Core, que actúan como el “cerebro” de la red.
Una vez identificado el dron, el sistema puede activar dos tipos de respuesta. Las no cinéticas utilizan inhibidores o jammers para cortar el enlace entre el dron y su operador, o técnicas de spoofing GNSS que envían señales falsas de posicionamiento para forzar su aterrizaje. Las cinéticas, en cambio, emplean cañones automáticos de 30 a 35 mm con munición programable AHEAD, capaces de generar una nube de subproyectiles que destruye los drones en pleno vuelo.

Los sistemas que Europa ya está probando
Italia ya avanzó en la compra del Skynex, un sistema modular de defensa aérea de corto alcance desarrollado por Rheinmetall que combina radares, puestos de mando y cañones automáticos de 35 mm con munición programable. Alemania, por su parte, evalúa el Skyranger 30, una torreta armada con un cañón de 30 mm montada sobre el vehículo blindado Boxer, equipada con radar y sensores para detectar y derribar drones o misiles a baja altura. Ucrania recibirá unidades priorizadas por la urgencia de su necesidad operativa.
Estas plataformas simbolizan el regreso a una defensa aérea de corto alcance basada en la combinación de cañones automáticos y contramedidas electrónicas. La lógica es pragmática: abaratar el costo de cada derribo y tejer una malla densa de sensores y efectores que, entre 2025 y 2028, permita responder rápido y a bajo costo ante incursiones masivas de drones.

La “muralla” antidrones
Tras los incidentes en Polonia, la Comisión Europea impulsó la European Drone Defence Initiative o “drone wall”, una malla tecnológica y armada que combina sensores, inhibidores y cañones automáticos desplegados alrededor de aeropuertos, puertos y fronteras. El objetivo es construir una red coordinada de defensa capaz de reaccionar en segundos ante incursiones no tripuladas.
El desafío, sin embargo, va más allá del hardware. Europa debe lograr que sistemas de distintos países sean interoperables, mantengan cobertura densa y definan claramente quién controla la cadena de derribo en cada caso. Alemania y Francia piden cautela ante las promesas de “impenetrabilidad”, mientras Polonia, Finlandia y los países bálticos reclaman una implementación rápida.
El problema principal es de ingeniería. Europa necesita un enlace de datos común que permita que un radar civil alerte a una batería militar sin demoras ni incompatibilidades. Hoy, muchas redes operan como sistemas aislados. Por eso también se desarrollan algoritmos de decisión que elijan en tiempo real el método de respuesta más adecuado: un jammer si el dron depende de su enlace de control, un cañón si se aproxima en vuelo suicida, o un misil solo si representa una amenaza crítica.
La prueba final será la resistencia ante escenarios complejos —enjambres, ataques por saturación o interferencias GNSS—. Para ello, la Unión Europea reforzará su constelación satelital en órbita baja, garantizando navegación y sincronización incluso bajo jamming.
En paralelo, los miembros de la OTAN también revisan sus Reglas de Compromiso (ROE), directivas que establecen cuándo, dónde, cómo y contra quién se puede emplear la fuerza en una operación determinada. En ese contexto, el Reino Unido impulsa una legislación que permita derribar de inmediato cualquier dron no identificado sobre instalaciones militares. La premisa es dar autonomía técnica y respaldo legal a los operadores, que deben reaccionar en segundos.
El futuro de Europa: la muralla antidrones y la guerra autónoma
La guerra de los drones es, sobre todo, una guerra de presupuestos. Un aparato como el Orlan 10 cuesta apenas unos miles de dólares; el misil que lo destruye, cientos de miles. Por eso la nueva defensa europea busca abaratar el costo por efecto, apostando por cañones automáticos, munición programable y sistemas de fusión que eviten gastar recursos en falsos positivos.
El principio es densidad antes que perfección. Muchos nodos simples y coordinados pueden resultar más eficaces que unos pocos sistemas costosos y vulnerables a la saturación.
En los próximos meses, Europa pondrá a prueba su arquitectura antidrones. Los ojos estarán puestos en tres frentes: el despliegue de los sistemas Skynex y Skyranger, la integración del comando y control OTAN-UE, y la defensa de aeropuertos bajo protocolos conjuntos civiles-militares.
La batalla por el espacio aéreo de baja altura será, en el fondo, una competencia por quién controla la información. En una guerra de segundos, el poder no lo tiene quien dispare más rápido, sino quien logre que sus máquinas se entiendan entre sí.
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