Hace unas semanas, el rover Perseverance de la NASA sorprendió a la comunidad científica al descubir una extraña roca moteada en el cráter Jezero. Sus manchas oscuras, similares al pelaje de un leopardo, la convirtieron en candidata a una posible pista de vida en Marte. El verdadero desafío, sin embargo, es comprobar el hallazgo constituye una biofirma, o si responde a procesos puramente químicos.

La roca, bautizada Cascada Cheyava, forma parte de la antigua formación de lutita conocida como Bright Angel. Marte debe su apodo de Planeta Rojo a la capa de óxido de hierro que cubre su superficie, resultado de oxidaciones ocurridas hace miles de millones de años. Pero en este sitio, Perseverance halló algo distinto: minerales como vivianita y greigita, que en la Tierra suelen formarse en ambientes con poca presencia de oxígeno, donde en lugar de oxidarse los compuestos tienden a ganar electrones, un proceso conocido como reducción.

El papel de las reacciones redox

Las reacciones redox son procesos químicos en los que una sustancia pierde electrones –oxidación– y otra los gana –reducción–. Ese intercambio puede liberar o almacenar energía, y en la Tierra constituye la base de múltiples formas de vida. Las plantas lo aprovechan en la fotosíntesis, los animales en la respiración celular y, en ambientes extremos, ciertos microbios lo utilizan para obtener energía a partir de metales u otros compuestos cuando no hay oxígeno disponible.

Detectar rastros de estas reacciones en Marte resulta crucial. Si alguna vez existieron organismos en el planeta, es probable que dependieran de ellas para sobrevivir. Y aun en ausencia de vida, estos minerales revelan que la química marciana es más diversa de lo que se creía.

Hasta ahora, los estudios científicos se centraron en la hipótesis de que estos minerales puedan funcionar como biofirmas, es decir, huellas indirectas de actividad biológica. El desafío es diferenciar entre dos escenarios: que se hayan formado gracias a microbios primitivos —como ocurre en la Tierra— o que sean el resultado de procesos abióticos capaces de imitar esas señales.

Aquí está la limitación actual. Los instrumentos de Perseverance permiten identificar la composición y la textura de las rocas, pero no ofrecen una prueba definitiva sobre si su origen fue biológico o puramente químico.

El próximo paso: traer el hallazgo de Perseverance a la Tierra

El rover ya perforó el núcleo de Cascada Cheyava y lo almacenó para retornar a la Tierra con la misión Mars Sample Return (MSR). Con ese material podrían realizarse estudios imposibles de concretar en Marte, como análisis isotópicos de alta precisión o técnicas de microscopía avanzadas que revelen si hubo actividad biológica en el pasado.

El problema es que la misión MSR atraviesa retrasos y recortes presupuestarios, lo que amenaza con dejar este hallazgo en suspenso. Si la misión no llega a concretarse, estas pistas podrían quedar como una incógnita sin resolver.

Si bien la confirmación todavía está lejos, el hallazgo ya dejó huella, llevando el debate hacia la posibilidad de que Marte haya albergado procesos energéticos similares a los que sostienen la vida en la Tierra. El dilema entre lo biológico y lo abiótico no es un obstáculo menor, sino el corazón mismo de la astrobiología.

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