En una galaxia no tan lejana —apenas a 384.400 km de casa—, dos superpotencias miran la Luna con ganas de repetir la historia. Pero esta vez, ya no se disputa quién planta primero bandera, sino quién se apodera de los recursos naturales. El agua de nuestro satélite natural, en forma de hielo en los cráteres polares, amenaza con desatar una nueva Guerra de las Galaxias, versión siglo XXI.
Bienvenidos nuevamente al newsletter de Espacio Tech. En esta edición, les propongo que vayamos directo a la pregunta que ya resuena incluso en la Casa Blanca: ¿estamos ante una nueva carrera espacial como en la Guerra Fría?
Episodio IV: Una Nueva Esperanza (de hegemonía lunar)
En los años sesenta, la competencia era entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Más allá de la innovación, cada lanzamiento era propaganda, demostración de poder y un pulso por el liderazgo tecnológico. En ese entonces, Armstrong ganó el prime time con el famoso “gran salto para la humanidad”. Pero Moscú también ganó un par de medallas con el primer hombre en órbita y la primera estación espacial.
Hoy el guion tiene otros protagonistas, aunque uno se repite en cartelera. Estados Unidos —que siempre encuentra la forma de meterse en el quilombo— ahora tiene como rival a China. Y si bien el escenario vuelve a ser la Luna, lo que está en disputa ya no es la foto, sino el control de recursos estratégicos. El agua en forma de hielo en los cráteres polares es la olla de oro al final del arcoíris: puede transformarse en oxígeno para respirar e hidrógeno para fabricar combustible. Y mientras ese recurso promete vida y logística, la otra pieza clave es la energía. Allí entran en juego los reactores nucleares, que ambas potencias planean plantar en la Luna para sostener la actividad en un lugar donde la noche dura dos semanas.
Si en la primera carrera espacial el premio era el prestigio, ahora lo es también la capacidad de permanencia. La verdadera “nueva esperanza” no es llegar primero, sino quedarse y construir la infraestructura que marque quién manda en la próxima frontera.
Episodio V: El Senado contra la “Luna malvada”
A principios de septiembre, el Senado de Estados Unidos organizó una audiencia con un título de película: “Se Avecina Una Luna Malvada”. Allí, exfuncionarios de la agencia espacial como Jim Bridenstine, e incluso el propio jefe interino de la NASA Sean Duffy, fueron tajantes: China no puede ganar la carrera lunar. Y si bien el tono fue más drama queen que comité técnico, refleja un temor real. Mientras Washington se enreda en recortes presupuestarios, Pekín acelera y puede quedarse con los mejores pedazos del satélite.
Los hechos acompañan la alarma. Artemisa II, la misión que llevará astronautas a sobrevolar la Luna, se postergó para abril de 2026. Y Artemisa III, el tan esperado alunizaje tripulado, ya no será antes de 2027. Los retrasos se explican con tecnicismos –desde problemas con el escudo térmico de la nave espacial Orión, hasta la coordinación con empresas privadas–, pero el resultado es el mismo, el calendario se estira mientras el reloj geopolítico corre.
En paralelo, los Acuerdos Artemisa ya suman 56 países firmantes, un bloque diplomático que promete fijar reglas de transparencia y cooperación en la exploración lunar, pero enmascara la misma historieta de siempre: Estados Unidos quiere ser el que marca la cancha. Claro que ni China ni Rusia están en la lista. Ambos prefieren impulsar su propia estación internacional en el polo sur lunar y jugar bajo sus propias reglas.
Episodio VI: El Imperio del Dragón contraataca
Mientras que la Administración de Trump reniega por el presupuesto, en el oriente avanzan con paso firme. El plan chino es ambicioso, proyectando un alunizaje tripulado hacia 2030 y, a mediano plazo, una base en el polo sur lunar.
Las cartas ya están sobre la mesa. Con la serie de sondas Chang’e, China pasó de aprendiz a potencia consolidada. Chang’e 4 fue la primera en aterrizar en la cara oculta de la Luna en 2019, y Chang’e 6, lanzada en 2024, logró traer a la Tierra muestras de esa misma región. No son solo logros técnicos, también es un mensaje. “Podemos llegar donde ustedes no”.
El siguiente paso es aún más grande: la International Lunar Research Station (ILRS), un proyecto conjunto con Rusia que busca levantar una estación científica en el polo sur lunar. Sobre el papel suena a cooperación internacional, pero en la práctica es un contrapeso directo a la Casa Blanca.
Episodio VII: El regreso de los bloques
Lo interesante de esta nueva carrera no es solo lo que pase en la Luna, sino lo que refleja en la Tierra. La política espacial se convirtió en un espejo de la política internacional: alianzas, tensiones y discursos que recuerdan a los de la Guerra Fría, aunque con cascos más modernos y trajes presurizados de última generación.
Moscú, que alguna vez fue una de las dos cabezas del duopolio espacial, perdió capacidad técnica y financiera. El fracaso de la misión Luna-25 en 2023 dejó al programa ruso debilitado, y hoy su rol es más simbólico que efectivo dentro de la estación lunar conjunta. La batuta la lleva China, que combina músculo tecnológico, presupuesto estable y un relato de “cooperación inclusiva” diseñado para seducir a países que no quieren depender de Washington.
El choque también se libra en el plano legal. El Tratado del Espacio Ultraterrestre de 1967 prohibió la apropiación nacional de la Luna, pero nunca resolvió cómo regular la explotación de recursos. Allí se ponen en juego las interpretaciones, y como Norteamérica y China no logran acordar un marco común, la superficie lunar se encamina a quedar regulada por prácticas incompatibles según el bloque que te respalde.
A esto se suman dilemas estratégicos y éticos. ¿Cómo se delimitan zonas de seguridad alrededor de yacimientos de hielo? ¿Cómo se evita que infraestructura civil tenga usos militares? ¿Quién controla la contaminación ambiental o la protección de sitios históricos como los de las misiones Apolo?
El fondo de la cuestión es que la Luna ya no es un destino científico, sino el primer terreno donde se mide la capacidad de permanencia en el espacio profundo. La ecuación combina recursos, energía y presencia continua, y quien logre combinar tecnología sostenida con alianzas sólidas será el que pueda despejar la X que ponga el broche de oro a la conquista.
Lo curioso es que la cooperación internacional nunca tuvo mucho margen. Desde el inicio, la exploración espacial se planteó como una disputa de poder en la que alguien debe llegar primero, pero en la que al final no va a haber ganadores. El tablero geopolítico en la Tierra ya lo demostró con crudeza: cuando los recursos se transforman en trincheras, no hay vencedores, solo derrotas compartidas.
En este contexto en el que ya se ha definido que la humanidad no comparte, sino que compite, la discusión sobre si empezó una nueva Guerra Fría llega tarde. La única duda que queda es quién va a colgarse la medalla… y a qué costo.
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