En el frente ucraniano, los robots terrestres se han vuelto aliados versátiles, capaces de transportar equipo pesado, colocar minas, atacar posiciones rusas y evacuar heridos. Sin embargo, su desempeño como exploradores deja mucho que desear frente a los drones aéreos.
Según Oleksandr Yabchanka, responsable de sistemas robóticos del Batallón Lobos Da Vinci, los drones terrestres tienen un papel “muy pequeño y bastante insignificante” en inteligencia. A diferencia de los aéreos, que ofrecen una visión amplia desde altura, las cámaras terrestres están a apenas un par de pies del suelo. En hierba alta o vegetación densa, la visibilidad es prácticamente nula.
El invierno ucraniano añade 2 problemas. El barro y la nieve limitan la movilidad y exponen los robots a la vigilancia rusa, un riesgo que también contribuyó a que el Ejército de EE.UU. cancelara su programa de Vehículos de Combate Robóticos. Solo en casos puntuales, como detectar objetivos ocultos entre árboles, superan a los drones aéreos.

Potencia y capacidad de carga
Donde sí destacan los robots terrestres es en el apoyo directo al combate. Los modelos más grandes transportan explosivos, armas pesadas o heridos. Los pequeños, en cambio, pueden infiltrarse en búnkeres y espacios reducidos. Pueden portar granadas o ametralladoras, colocar minas con rapidez y mover más carga que un dron aéreo.
Su uso, no obstante, no está exento de riesgos. Si un robot se avería o sufre interferencias mientras evacúa a un herido, puede dejarlo expuesto en campo abierto.
El desarrollo de estos sistemas es vertiginoso. Empresas ucranianas y occidentales fabrican y actualizan modelos de forma continua, adaptándolos a las condiciones del frente. Los propios soldados modifican la configuración, integran nuevo armamento e incluso coordinan cambios con los fabricantes por teléfono.

El cielo y la tierra, saturados de máquinas
En tierra y en el aire, la guerra en Ucrania está marcada por una presencia masiva de sistemas no tripulados. Los drones aéreos siguen siendo protagonistas: son responsables de la mayoría de las bajas rusas en primera línea y vuelan en tal número que, en ocasiones, los soldados no logran distinguir si pertenecen a su propio bando o al enemigo.
Los robots terrestres, por su parte, evolucionan rápidamente. Muchos incluso integran inteligencia artificial, lo que les permite ejecutar ciertas tareas de forma autónoma y mantener a las tropas en posiciones más seguras. Pero la velocidad de innovación y el desgaste constante del combate plantean un desafío: producir, reparar y mejorar estos sistemas requiere un esfuerzo industrial sostenido.
Ahí es donde la guerra trasciende el campo de batalla. Oleksandr Yabchanka sostiene que para mantener la ventaja no alcanza con innovar en soledad. La experiencia ucraniana en el uso de robots de combate, dice, podría multiplicar su impacto si se combinara con los recursos y la capacidad tecnológica de Europa. “Estamos a su disposición para cualquier necesidad. Los fabricantes, desarrolladores y personal militar están listos para cooperar. Solo vengan, les brindaremos capacitación y todo lo necesario”, afirma.
Su mensaje es claro. En una guerra cada vez más dominada por máquinas, la innovación y la colaboración internacional ya no son opcionales, sino condiciones indispensables para sobrevivir y adaptarse.
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