El paradigma tradicional del poder naval estadounidense, centrado en portaviones y destructores tripulados, podría estar por entrar en una transformación radical. La Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa (DARPA) plantea un escenario donde los grupos de combate de la Marina operen de forma completamente autónoma, sin una sola persona a bordo.

La flota naval americana: de portaviones a plataformas robóticas

Durante el AWS Summit Madrid 2025 —uno de los principales encuentros sobre innovación tecnológica y soluciones en la nube— Greg Avicola, gerente de programa en la Oficina de Tecnología Táctica de DARPA, presentó una visión disruptiva del futuro naval: flotas integradas por vehículos no tripulados de distintos tamaños y funciones, operando de forma coordinada.

“Podría imaginarme un grupo de combate totalmente autónomo”, señaló Avicola, anticipando un cambio radical respecto del modelo tradicional basado en grandes buques tripulados.

La idea ya tiene aplicación concreta. En febrero, DARPA presentó el prototipo de la Defiant, una nave de 55 metros desarrollada bajo el programa NOMARS (No Manning Required Ship). A diferencia de los buques convencionales, fue concebida desde el inicio sin ningún sistema destinado a la presencia humana: ni cabinas, ni controles, ni espacios habitables.

DARPA NAVAL USX-1
El programa NOMARS completó en febrero su embarcación de demostración, la USX-1 Defiant.

Más allá del diseño: desafíos operativos

Avicola reconoce que el camino hacia esta flota naval robótica implica mucho más que diseño. “¿Cómo se emparejan diferentes vehículos? ¿Cómo resuelvo la logística, el reabastecimiento o las comunicaciones seguras entre plataformas?”.

Uno de los retos más importantes es garantizar que estas naves puedan volver a puerto por sus propios medios en caso de daños o fallas. “Si una nave autónoma falla y el destructor que la acompaña debe desviarse de su misión para remolcarla, la Marina probablemente no compre otra más por décadas”, advirtió.

El uso de armamento pesado en plataformas no tripuladas genera dilemas adicionales.

Aunque sería tentador enviar naves no tripuladas cargadas de misiles, la posibilidad de que un adversario capture esos sistemas representa un gran riesgo político. “Podés tolerar que se lleven un sistema de inteligencia, pero no un arsenal de misiles”, explicó Avicola. Por eso, el enfoque actual se inclina hacia misiones ISR (inteligencia, vigilancia y reconocimiento), que presentan menos riesgos estratégicos.

Sin embargo, esto no implica excluir el armamento por completo. La idea es distribuir capacidades entre plataformas tripuladas y no tripuladas. Por ejemplo, las naves autónomas podrían actuar como depósitos de misiles, puntos de defensa, o plataformas de guerra electrónica, mientras que el control y toma de decisiones seguiría en manos humanas a bordo de destructores como los Arleigh Burke.

Bajo el agua, la comunicación sigue siendo el gran desafío

El desarrollo de submarinos no tripulados también avanza, aunque con dificultades particulares.

El contralmirante Douglas Adams, responsable del programa de sistemas de guerra submarina, destacó que la clave de su éxito está en mantener la comunicación con el resto del grupo de combate. A diferencia de los drones aéreos, un submarino autónomo pierde efectividad si no puede compartir información o recibir órdenes.

Adams aseguró que en los últimos años lograron avances notables en ese campo. Sin embargo, hoy los submarinos deben emerger a nivel de periscopio para comunicarse, lo que limita su autonomía operativa.

La cultura del riesgo como motor de innovación naval

Vicealmirante Robert Gaucher, al mando de las fuerzas submarinas, reconoció que la Marina está dispuesta a asumir riesgos en el desarrollo de estas tecnologías. Un ejemplo claro es el reciente éxito, tras 30 intentos, en el lanzamiento y recuperación de un dron submarino desde un submarino en movimiento.

“No es fácil. El submarino se mueve, las corrientes marinas también… y estás intentando meter un vehículo de 30 cm de diámetro en un tubo de 50”, relató Gaucher. Pero la perseverancia rindió frutos. “A veces vale la pena el riesgo, porque tenemos que aprender”, concluyó.

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