Por Jimena Zahn
Existe una amenaza desconocida proveniente de las catástrofes del cambio climático. Más allá del calentamiento global, la pérdida de la capa de ozono, la extinción de especies animales y vegetales, hay un peligro latente asociado al aumento de temperaturas y la descomposición de los polos.
El permafrost es una capa enorme de hielo que recubre el 25% de la superficie terrestre. Su descomposición, aparte de afectar directamente a la elevación del nivel del mar, podría significar la liberación de virus y bacterias que han permanecido latentes en el hielo por más 30.000 años.Y esto podría desencadenar múltiples pandemias de virus ya extintos u otros nuevos desconocidos.
El gigante siberiano
En 2014, una misión en el permafrost siberiano, liderada por los científicos Claverie and Abergel, encontró la existencia de virus gigantes, técnicamente conocidos como Pithovirus y Pandoravirus.
Estos virus tienen, respectivamente 500 genes hasta 2.500, en contraste con los 12 genes del VIH. A pesar de estar congelado en el permafrost por más de 30.000 años, el Pithovirus permaneció activo e infeccioso para las amebas (usadas como “cebo seguro” en el laboratorio, con verificación de que no infectan células humanas/animales).
Los investigadores Claverie y Abergel destacan que estos virus son más resistentes que otros, lo que, junto con ambientes fríos, anóxicos y oscuros como el permafrost, los ayuda a conservarse. El descubrimiento de la diversidad y complejidad de estos virus gigantes (como Mimivirus, Pandoravirus y Pithovirus) sugiere que son más variados y quizás no tan raros como se creía. Estp lleva a la hipótesis de que diferentes tipos de virus pudieron haber evolucionado de forma separada.

Los organismos “zombie”
Por otro lado, también se han registrado casos en los que los organismos hallados son infecciosos y mortales para los humanos. En el verano de 2016, la tundra siberiana fue escenario de una tragedia. En la remota Península de Yamal, un brote de ántrax cobró la vida de un niño de 12 años y envió a una veintena de individuos al hospital.
La explicación más plausible señala a un reno, que hace más de 75 años sucumbió a la bacteria y quedó sepultado bajo una capa de permafrost. Una inusual ola de calor derritió el hielo en 2016, liberando el patógeno al entorno acuático y terrestre, y de ahí a la cadena alimentaria. Más de 2.000 renos resultaron infectados antes de que la enfermedad alcanzara a la población humana. Este escalofriante episodio ha encendido las alarmas, pues se teme que no sea un hecho aislado.
En un estudio de 2011, Boris Revich y Marina Podolnaya alertaron sobre el riesgo del deshielo del permafrost: la posible reaparición de patógenos letales de los siglos XVIII y XIX, especialmente en zonas cercanas a antiguos cementerios.
Como ejemplo, mencionan la epidemia de viruela de la década de 1890 en Siberia, donde hasta el 40% de la población de una ciudad falleció. Los cuerpos fueron enterrados en el permafrost a orillas del río Kolyma. Ciento veinte años después, tanto las crecidas del río como el deshielo del permafrost están erosionando activamente estas riberas, planteando una amenaza de liberación.

¿Es realmente una amenaza creciente?
A medida que el planeta se calienta y las actividades industriales se expanden en el Ártico, emerge una inquietante pregunta: ¿qué otros peligros ocultos podrían liberarse del permafrost milenario? Expertos como Jean-Michel Claverie y Chantal Abergel advierten que la intrusión humana en estas capas de hielo ancestrales podría desatar virus viables, una “receta para el desastre”.
Si bien microbiólogos como Edward Mocarski de la Universidad de Emory restan dramatismo, señalando que el riesgo de un patógeno humano liberado es “extremadamente improbable” a menos que provenga de restos humanos infectados, la comunidad científica permanece en alerta. Aunque la mayoría de los virus son específicos de sus huéspedes, la mera posibilidad, como insinúa James Van Etten de la Universidad de Nebraska, mantiene la cautela.
La perspectiva de Claverie y Abergel es clara: la viabilidad del escenario, por remota que parezca, exige una “vigilancia y pruebas continuas”. Su propia investigación ya ha demostrado la impresionante resistencia de los grandes virus de ADN a través del tiempo. Esta realidad desmantela la “falsa sensación de seguridad” de que un virus puede ser erradicado definitivamente, reforzando la necesidad de mantener reservas de vacunas.
En última instancia, la ciencia ahora se enfoca en determinar la magnitud real de esta amenaza. Claverie y Abergel no buscan revivir horrores del pasado, sino escanear el permafrost en busca de cualquier firma genética que alerte sobre patógenos con potencial de afectar a los humanos. Su mensaje es tajante: solo cuando se demuestre la ausencia de tales firmas podremos respirar tranquilos. El permafrost no es solo un indicador del cambio climático, sino una posible caja de Pandora que requiere nuestra más atenta observación.
Tal vez te interese: Científicos descubren relación entre el Covid-19 y la enfermedad del Alzheimer