La comunidad internacional se prepara para firmar este fin de semana en Vietnam la primera convención global de las Naciones Unidas (UN) destinada a combatir el cibercrimen, un fenómeno que genera pérdidas estimadas en billones de dólares cada año. El acuerdo, impulsado por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), busca establecer un marco jurídico común para prevenir, investigar y sancionar delitos cometidos en el entorno digital.

El tratado entrará en vigor una vez que sea ratificado por al menos cuarenta Estados. Su objetivo es agilizar la cooperación transfronteriza en la persecución de delitos informáticos que van desde el robo de datos y el fraude electrónico hasta el ransomware, el tráfico ilegal en línea y los discursos de odio. Según la ONU, el texto permitirá a los países responder con mayor rapidez ante amenazas digitales que no reconocen fronteras geográficas.

Una convención bajo observación

A pesar de su alcance histórico, la iniciativa llega envuelta en polémica. Organizaciones de derechos humanos, expertos en privacidad y empresas tecnológicas advierten que el lenguaje del documento podría prestarse a interpretaciones amplias o abusivas. La Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos advirtió que las leyes con definiciones excesivamente generales de cibercrimen suelen utilizarse para restringir la libertad de expresión o criminalizar la disidencia.

Entre las críticas más contundentes se destaca la del grupo Cybersecurity Tech Accord —que reúne a compañías como Meta y Microsoft—, que calificó al tratado como “un acuerdo de vigilancia”. Según la coalición, el texto podría facilitar el intercambio de datos personales entre gobiernos y debilitar las garantías de privacidad. Algunos especialistas, por su parte, advierten que la falta de precisiones podría poner en riesgo la labor de investigadores de ciberseguridad, cuya tarea consiste en detectar vulnerabilidades en sistemas críticos.

Desde la UNODC respondieron que el texto incluye cláusulas para la protección de los derechos humanos y mecanismos que permiten a los Estados rechazar solicitudes de cooperación si éstas contravienen el derecho internacional. También sostiene que la convención alienta a los países a promover la investigación legítima en ciberseguridad.

Vietnam, un anfitrión cuestionado

La elección de Hanoi como sede de la firma también ha generado controversias. Diversos informes internacionales, incluido el del Departamento de Estado de Estados Unidos, señalan que Vietnam mantiene severas restricciones a la libertad de expresión en línea. De acuerdo con Human Rights Watch, arrestaron al menos a cuarenta personas este año por publicaciones críticas hacia el gobierno.

El país, de gobierno comunista, considera la convención una oportunidad para reforzar su infraestructura de ciberdefensa y mejorar su posición en el escenario internacional. Autoridades locales aseguraron que la cooperación global es esencial ante el aumento de ataques informáticos dirigidos a empresas y servicios públicos.

La ceremonia de firma contará con la presencia del secretario general de la ONU, António Guterres, y representantes de decenas de Estados. Aunque aún no se conoce el listado completo de firmantes, la Unión Europea y Canadá confirmaron su adhesión. Estados Unidos, en cambio, evitó pronunciarse sobre su participación.

Entre la cooperación y la vigilancia

El nuevo tratado representa un paso significativo hacia la institucionalización de la lucha global contra el cibercrimen. No obstante, también plantea interrogantes sobre los límites del control digital. Para sus defensores, establecer un marco común permitirá cerrar brechas legales y acelerar la respuesta ante ataques que hoy se investigan con lentitud por falta de coordinación internacional. Para sus detractores, sin embargo, el riesgo radica en que gobiernos autoritarios utilicen el acuerdo como herramienta de vigilancia o persecución política.

La firma en Hanoi marcará el inicio de un proceso que se extenderá durante los próximos años. A partir de allí, cada Estado deberá ratificar el texto y adaptar su legislación interna. Su éxito dependerá no sólo de la cantidad de adhesiones, sino también de la capacidad de equilibrar dos objetivos que suelen entrar en tensión: la seguridad digital y la protección de los derechos humanos.

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