Rusia celebró el 80.º aniversario de su industria nuclear con un anuncio que promete redefinir el futuro energético global. Durante la Semana Atómica Mundial, realizada en Moscú a fines de septiembre, representantes de 118 países —entre ellos el director del OIEA (Organismo Internacional de Energía Atómica), el argentino Rafael Grossi— destacaron el liderazgo ruso en tecnología nuclear. Allí, el presidente Vladimir Putin confirmó que en 2030 comenzará la operación del primer sistema energético de ciclo de combustible cerrado del planeta, basado en reactores de neutrones rápidos.

En una central nuclear tradicional, solo una pequeña parte del uranio se aprovecha para generar energía. El resto se convierte en desecho radiactivo que debe almacenarse durante miles de años. Los reactores de neutrones rápidos funcionan de otra manera, utilizando neutrones de alta energía capaces de “reaprovechar” el combustible gastado. Así, lo que antes era residuo vuelve a formar parte del proceso de fisión nuclear. Este sistema permite reciclar hasta el 95% del combustible y reduce casi por completo la generación de residuos de alta actividad.

El concepto de “ciclo de combustible cerrado” significa que el material fisionable —por ejemplo, el plutonio generado dentro del reactor— se recupera, se reprocesa y se vuelve a utilizar como nuevo combustible. El resultado es una fuente de energía más sostenible y eficiente. Este sistema disminuye además la dependencia de la minería de uranio, un recurso que podría agotarse hacia mediados del siglo XXI.

Una alianza que incluye a la Argentina

Rusia convocó a especialistas de distintos países, incluida la Argentina, para participar en el desarrollo de esta tecnología. Esto se debe a que nuestro país tiene una larga tradición en el uso pacífico de la energía nuclear y fue uno de los primeros de América Latina en desarrollar reactores propios.

En 2018, ambos gobiernos firmaron una Hoja de Ruta para la cooperación nuclear y un Documento Estratégico Bilateral, orientados a compartir experiencias, capacitación técnica y buenas prácticas. Ahora, Moscú considera que su dominio del ciclo completo del combustible puede ser clave para fortalecer el Programa Nuclear Nacional argentino. A su vez, Buenos Aires puede aportar su experiencia en investigación, medicina nuclear y formación de recursos humanos especializados.

Rosatom: el gigante detrás del átomo

El corazón del desarrollo nuclear ruso es la corporación estatal Rosatom, líder mundial en la construcción de centrales nucleares. Actualmente, la compañía construye 39 unidades en Rusia y en el extranjero, en países como Bangladesh, Turquía, Egipto, India, China, Hungría, entre otros.

Rosatom ocupa el primer lugar global en capacidad de enriquecimiento de uranio, el segundo en reservas y el tercero en producción de combustible nuclear. Su experiencia le permite fabricar desde reactores convencionales hasta centrales nucleares flotantes, como la Akademik Lomonosov, que abastece de energía a la ciudad ártica de Pevek desde 2020.

Cooperación internacional y mirada al futuro

Como miembro fundador del OIEA y potencia nuclear del Consejo de Seguridad de la ONU, Rusia mantiene un rol activo en los programas globales de seguridad, gestión de residuos y no proliferación nuclear. En las últimas décadas impulsó iniciativas multilaterales que apuntan a un uso más responsable de la energía atómica. Entre ellos, la creación de centros internacionales de servicios del ciclo de combustible (2006) y la reciente Plataforma de Energía Nuclear de los BRICS (2024), pensada para coordinar la cooperación tecnológica entre economías emergentes.

El nuevo reactor, que estará ubicado en Tomsk, encarna esa visión. Es una apuesta por una energía nuclear sostenible, eficiente y colaborativa, que reduzca la huella ambiental y refuerce la soberanía energética de los países involucrados. En este escenario, Argentina puede desempeñar un papel estratégico como socio de investigación y desarrollo.

Si el proyecto logra sus objetivos, marcará un punto de inflexión histórico. Los residuos nucleares dejarán de ser un pasivo ambiental para convertirse en la materia prima de una nueva era energética, donde el conocimiento y la cooperación internacional serán los verdaderos combustibles del futuro.

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