Hay algo que siempre nos causa gracia y, al mismo tiempo, nos llena de orgullo: no importa dónde ni en qué logro del mundo, siempre aparece un argentino. Puede ser en un mundial de globos, en la final de la Champions o en una expedición científica en la Antártida. Y, aunque suene increíble, también pasa cuando hablamos del espacio.
Lo espacial suele parecer un asunto reservado a potencias con presupuestos infinitos y cohetes que despegan todas las semanas. Pero Argentina se las arregló para estar ahí, construyendo satélites, desarrollando tecnología propia y, sobre todo, formando gente que sueña con llegar cada vez más lejos.
Ese recorrido, hecho de hitos científicos y tecnológicos, es menos visible que los goles o los récords deportivos, pero es igual de importante para pensar qué lugar queremos ocupar en el mundo. Y hoy, entre empresas, agencias y proyectos, tenemos a nuestras propias estrellas jugando ese partido.
El once inicial del espacio argentino
Argentina tiene un recorrido que no empezó ayer. En los años noventa se lanzaron los satélites SAC, que demostraron que el país podía diseñar y poner en órbita instrumentos propios de observación de la Tierra. Después llegó el SAC-D/Aquarius, en cooperación con la NASA, que midió la salinidad de los océanos y nos metió en publicaciones científicas internacionales de primer nivel. Esa primera etapa dejó algo fundamental: la certeza de que acá también se podía.
El camino siguió con la serie SAOCOM, satélites equipados con radar en banda L que hoy son orgullo nacional. No solo porque funcionan, sino porque aportan información clave para la agricultura, el monitoreo ambiental y la gestión de desastres naturales. INVAP, la empresa estatal rionegrina, se consolidó como protagonista de este proceso, capaz de competir en mercados donde la palabra “tecnología” suele ser monopolio de potencias globales.
A esa trayectoria se sumaron actores nuevos como Satellogic, que opera una de las constelaciones de microsatélites más grandes del mundo, y proyectos como el Tronador II, que buscan darle al país un lanzador propio. No es menor: si se concreta, Argentina pasaría de diseñar satélites a poder ponerlos en órbita con tecnología nacional, un salto cualitativo en soberanía espacial.
Entre la épica y la realidad
Claro que la historia no es lineal. El sector espacial argentino convive con la falta de financiamiento sostenido, con cambios de rumbo según el gobierno de turno y con la eterna discusión sobre prioridades nacionales. A veces, las mismas capacidades que nos ponen en la conversación global terminan dependiendo más de la voluntad política del momento que de un plan estratégico a largo plazo.
Pero, aun así, cada vez que un satélite argentino se enciende en órbita, cada vez que INVAP firma un contrato internacional o cada vez que una universidad local se suma a un consorcio científico global, queda claro que talento y capacidades sobran
Una astronauta con acento salteño
Entre esas estrellas aparece un nombre que empieza a hacerse conocido: María Noel de Castro Campos. Ingeniera biomédica, salteña, formada en universidades argentinas y hoy entrenando en el Instituto Internacional de Ciencias Astronáuticas en Estados Unidos. Su objetivo no es menor: convertirse en astronauta y, si todo sale bien, llegar a Marte.
Su historia tiene algo de épica y de realismo a la vez. Épica porque es la primera argentina que se forma en programas de entrenamiento espacial de nivel internacional, con prácticas de hipoxia, vuelos en gravedad cero, fuerzas G y simulaciones con trajes espaciales. Realismo porque, cada vez que habla, recuerda que su sueño es ir al espacio “con el producto nacional como bandera”, respaldada por los desarrollos de ingenieras e ingenieros de su país.
Pensar en lo imposible
Pensar en el espacio desde Argentina siempre es un ejercicio de tensión entre lo posible y lo imposible. Entre presupuestos y capacidades que sorprenden al mundo. Entre la coyuntura que nos aplasta todos los días y proyectos que miran a veinte años.
La historia de nuestro sector espacial y el recorrido de María Noel funcionan como recordatorio de que lo imposible también se entrena. Que no hace falta ser una potencia para estar en la conversación, pero sí hace falta decisión para sostener lo que ya tenemos. Satélites, ingenieros, empresas, sueños: las piezas están sobre la mesa.
Y si algo nos enseñó esta costumbre tan nuestra de encontrarnos en los lugares más insólitos, es que tarde o temprano también vamos a estar en el espacio. Quizás en una estación orbital, quizás en la superficie de Marte. Y cuando ese día llegue, no va a sonar extraño: va a sonar inevitable.
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