Un nuevo estudio impulsado por el Laboratorio Nacional de Idaho advierte que Estados Unidos debe avanzar con urgencia en el desarrollo de sistemas de energía nuclear espaciales si quiere mantener su liderazgo frente a potencias como China y Rusia. El informe, titulado Weighing the Future: Strategic Options for U.S. Space Nuclear Leadership, analiza por qué fracasaron los intentos anteriores y propone tres estrategias concretas para revertir décadas de estancamiento.

Un pasado lleno de promesas incumplidas

Desde 1965, cuando EE.UU. lanzó su primer reactor nuclear al espacio, el progreso ha sido mínimo pese a inversiones millonarias.

El estudio identifica una causa estructural del estancamiento, la falta de tracción por misión. Como no había misiones concretas que requirieran energía nuclear, no se justificaba avanzar en el desarrollo tecnológico.

Bhavya Lal, exadministradora adjunta de NASA y coautora del informe, destaca que el contexto internacional actual podría romper ese ciclo, en particular por la cooperación entre China y Rusia en la construcción de un reactor nuclear de clase megavatio para su Estación Internacional de Investigación Lunar. Un sistema así podría darles ventaja táctica en el polo sur lunar, al permitir establecer zonas de exclusión bajo el argumento de seguridad, invocando el Tratado del Espacio Ultraterrestre.

“Como en la Tierra, en el espacio también manda quien llega primero”, advirtió Lal.

Tres opciones complementarias para el desarrollo de energía nuclear espacial

El informe propone tres estrategias concretas para tener reactores funcionales antes de 2030.

La primera, “Go Big or Go Home”, consiste en desarrollar un reactor de entre 100 y 500 kW, propiedad y operación del gobierno, posiblemente como parte de un sistema de propulsión eléctrica nuclear. La inversión estimada es de US$ 3.000 millones, con pruebas en tierra en 2028 y demostración en vuelo en 2030.

La segunda, “Chessmaster’s Gambit”, propone apoyar en paralelo dos asociaciones público-privadas: una liderada por NASA para energía en superficie (por ejemplo, en la Luna), y otra por el Departamento de Defensa para aplicaciones en el espacio. Cada proyecto tendría un presupuesto estimado de US$ 1.000 millones, con el mismo calendario que la primera opción.

Y, finalmente, el desarrollo de sistemas radioisotópicos alternativos: fomentar la construcción de fuentes de energía basadas en isótopos distintos del plutonio-238, como americio-241 o estroncio-90. Estos sistemas generarían menos de 1 kW, pero permitirían adquirir experiencia de vuelo y allanar el terreno normativo antes de escalar a reactores mayores.

“Estos sistemas más pequeños nos compran tiempo, credibilidad y momentum, además de ser un buen plan B si lo más ambicioso se demora”, explicó Lal.

¿Quién debe liderar el esfuerzo?

Algunos expertos proponen crear una nueva institución, similar al Proyecto Manhattan, dedicada exclusivamente a este objetivo. “Necesitamos algo con foco total en la misión, no una oficina más dentro de NASA o DARPA”, sugirió Alex Gilbert, vicepresidente de regulación en Zeno Power.

Joe Cassady, director de programas espaciales civiles en L3Harris, coincidió: “Necesitamos una figura como Rickover o Leslie Groves, con autoridad y visión nacional”. Robert O’Brien, del Centro de Investigación Nuclear Espacial, propuso en cambio que NASA cree una oficina especializada en energía y propulsión nuclear, al estilo de la Oficina de Reactores Navales de la Armada.

El informe contempla esta dualidad: en la segunda opción, un proyecto queda en manos de NASA y otro bajo una agencia del Departamento de Defensa. “No importa si es AFRL, DARPA o MDA. Si la misión es clara, cualquiera lo va a tomar en serio”, afirmó Lal.

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