China acaba de lanzar una misión espacial que, para la mayoría de las agencias del mundo, sería un desafío extraordinario: aterrizar en un asteroide cercano que gira caóticamente, recolectar muestras y traerlas de vuelta a la Tierra. Se trata de Tianwen-2, puesta en órbita a fines de mayo, una misión cuya nave todavía permanece envuelta en secreto y que casi no cuenta con cooperación internacional.
Sin embargo, no sorprende. Este tipo de ambiciosas operaciones empieza a ser parte del ritmo habitual de una estrategia meticulosa y sostenida con la que China busca posicionarse como la gran potencia espacial del siglo XXI.
Una estrategia a largo plazo que busca el dominio espacial
Durante más de una década, desde que Xi Jinping asumió el liderazgo del Partido Comunista Chino (PCCh), China ha ejecutado un plan meticuloso impulsado desde el Estado. Hoy, es la segunda gran potencia espacial global, solo detrás de Estados Unidos. Según Tomas Hrozensky, investigador del Instituto Europeo de Política Espacial, “China integra en su programa espacial proyección de poder, política exterior, defensa, crecimiento económico y cohesión social. Todo al mismo tiempo”.
Mientras las agencias occidentales lidian con recortes presupuestarios y misiones canceladas, el gigante asiático avanza paso a paso, acumulando capacidades y estableciendo nuevas reglas del juego.
Desde 2019, China viene encadenando una serie de logros que consolidan su posición en el espacio: logró el primer alunizaje en la cara oculta de la Luna, trajo a la Tierra muestras recogidas en misiones robóticas, puso en funcionamiento su propia red de navegación satelital Beidou —una alternativa al GPS—, hizo aterrizar un rover en Marte y completó la construcción y operación de su estación espacial modular Tiangong. En paralelo, empezó a tomar forma un sector comercial incipiente que, aunque todavía joven, crece con fuerza.

A esto se suma un objetivo ambicioso: poner una pareja de astronautas en la Luna antes de 2030. La nave tripulada y el nuevo lanzador Long March 10 están en desarrollo, y ya se ensayó con éxito una prueba de aborto en plataforma. Mientras tanto, el cronograma del programa Artemisa de la NASA sufre demoras y contratiempos técnicos con el SLS (Space Launch System), el sistema que debe llevar astronautas al polo sur lunar.

Ingeniería antes que ciencia
Para avanzar tan rápido en desarrollos tan complejos, China adoptó un enfoque eminentemente técnico, donde las misiones se diseñan desde la ingeniería, con poco margen para la participación científica en las etapas tempranas. “Toman decisiones arriesgadas con rapidez”, explica Patrick Michel, investigador del Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS) francés. “La ciencia viene después. Los científicos son usuarios de datos, no arquitectos de las misiones”.
Ese enfoque, opaco pero eficaz, le permite madurar tecnologías clave en menos tiempo que agencias como la NASA o la ESA, que suelen priorizar la revisión por pares y la transparencia.
La culminación de este recorrido es la futura misión tripulada a la Luna y la creación de una Estación Internacional de Investigación Lunar (ILRS), prevista para 2030. Las misiones Chang’e 6 (2026) y 7 (2028) servirán como precursoras, con tareas como buscar agua en el polo sur lunar y probar la fabricación de ladrillos con regolito.
También se pondrá en órbita la constelación Queqiao, una red de satélites de comunicaciones y navegación lunar. Así, China no solo prepara su infraestructura para misiones propias, sino que busca posicionarse como proveedor global de servicios en el espacio cislunar.

Después de la Luna, viene Marte
El horizonte no termina en la Luna. Para 2028, está previsto el lanzamiento de Tianwen-3, una compleja misión de retorno de muestras marcianas. Dos cohetes Long March 5 pondrán en marcha una operación que, de salir bien, traerá las primeras muestras de Marte en 2031.
Mientras la NASA y la ESA debaten si podrán costear su propia misión, que enfrenta sobrecostos y amenazas de cancelación, China mantiene su calendario.
En paralelo, se proyecta una ILRS marciana para 2050, acompañada por una versión extendida de la constelación Queqiao que abarcaría el sistema solar.
Y eso no es todo. Ya se planifican misiones a Venus, telescopios espaciales comparables al Hubble, orbitadores solares, cazadores de exoplanetas, y hasta una sonda a Neptuno impulsada por energía nuclear. El objetivo: liderar la ciencia espacial mundial hacia 2050.

Propulsión, infraestructura y sector comercial
Para sostener este ritmo, China también está transformando su sistema de transporte espacial. En el mediano plazo, apunta a desarrollar lanzadores completamente reutilizables y tecnologías de propulsión nuclear. Al mismo tiempo, impulsa el crecimiento de un sector comercial con fuerte apoyo estatal.
Más de una decena de empresas privadas ya están ensayando motores, con la mira puesta en ofrecer servicios comparables al Falcon 9 de SpaceX. Muchas desarrollan también constelaciones de satélites. Sin embargo, el mercado local sigue controlado por empresas estatales, y conseguir contratos gubernamentales es difícil para los privados.
Tecnología, ambición y el dominio espacial
China avanza con determinación, impulsada por una visión a largo plazo que combina desarrollo tecnológico, ambición geopolítica y estrategia estatal. Su programa espacial ya no busca solamente alcanzar metas científicas, sino reconfigurar las relaciones de poder más allá de la Tierra. Frente a un escenario internacional dividido —entre cooperación limitada, marcos regulatorios en disputa y alianzas fragmentadas—, el gigante asiático propone un modelo propio, con reglas, ritmos y socios alternativos.
La gran pregunta ya no es si China llegará a la Luna, a Marte o al borde del sistema solar. Es si, cuando lo haga, el resto del mundo estará listo para convivir —o competir— bajo sus condiciones.
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